Dentro del contexto de las luchas por los derechos humanos y las reivindicaciones civiles del siglo XX, encontramos conexiones sólidas entre los movimientos LGBTQ+, feministas y los activistas que buscaban eliminar la segregación racial. Estudiar estos movimientos es crucial para comprender nuestro pasado, vislumbrar nuestro futuro y determinar las acciones necesarias. También nos permite reconocer que los mismos actores en la alta sociedad y la política nos mantienen oprimidos, impidiendo la igualdad de derechos según nuestra identidad, género, orientación sexual, religión o color de piel.
No sorprende que me sumerja apasionadamente en la vida y obra de destacados activistas como Rosa Parks, Ruby Bridges, Marsha P. Johnson, Malcolm X y el Dr. Martin Luther King Jr. El Dr. King es famoso por su discurso “I Have a Dream…” en Washington D.C. Sin embargo, décadas después, este discurso sería apropiado por nacionalistas blancos, quienes citan repetidamente la icónica frase: “Tengo un sueño de que mis hijos vivan en una nación donde no sean juzgados por el color de su piel, sino por el contenido de su carácter”. Utilizan estas palabras como argumento defensivo cada vez que enfrentan críticas y las consecuencias de su propio racismo, despojando así las palabras de su contexto histórico y significado.
El propio Dr. King expresaría arrepentimiento por ese discurso en vida, declarando en una entrevista: “El sueño se ha convertido en una pesadilla”, poco después del inicio de la guerra de Vietnam. Entre sus discursos y escritos, hay uno que merece especial atención debido a su relevancia y los paralelismos que pueden establecerse. Este análisis no solo se aplica a las luchas por la diversidad sentimental, afectiva, sexual y de género, sino también a todas las minorías sociales que luchan por la igualdad.
La carta desde la cárcel de Birmingham:
El 16 de abril de 1963, el Dr. Martin Luther King Jr. escribió una carta abierta en respuesta a la “Campaña de Birmingham”, una lucha no violenta contra las injusticias raciales en la ciudad de Birmingham, Alabama. Durante esta campaña, MLK fue arrestado por marchar sin permiso oficial de la ciudad.
En su respuesta, MLK denunció la injusticia y exhortó a la gente a actuar para cambiar la situación. Una de las citas más poderosas de la carta es: “La injusticia en cualquier lugar es una amenaza para la justicia en todas partes”. Además, King expresó su compromiso al afirmar: “Igualaremos vuestra capacidad de infligir sufrimiento con nuestra capacidad de soportar sufrimiento”, enfrentando valientemente la violencia y otras formas de intimidación.
En su lucha por los derechos civiles, el Dr. Martin Luther King Jr. señaló a los “blancos moderados”, aquellos aliados blancos que, aunque no participaban activamente en la desigualdad racial, permanecían neutrales por su propio interés o por temor a tomar una postura. MLK instaba a los moderados a no solo reconocer lo que debía hacerse, sino también a levantarse y contribuir al cambio positivo
El heterosexual aliado:
Durante mucho tiempo, he reflexionado sobre el papel de los aliados cisgéneros y heterosexuales (comúnmente abreviados como Cis-Het) en el movimiento LGBTQ+. Es cierto que hay simpatizantes que activamente critican y contrarrestan las conductas homofóbicas, bifóbicas y transfóbicas en la vida cotidiana, ya sea en internet o en el mundo real. Estos aliados suelen tener amistades cercanas, familiares e incluso parejas pertenecientes a la comunidad LGBTQ+.
Sin embargo, ser un aliado no es sencillo. Entre los desafíos que enfrenta un aliado cis-het, se encuentra la constante ridiculización, amenazas y ataques por parte de los mismos sectores que oprimen y ejercen violencia contra las personas LGBTQ+. Es difícil para una persona cis-het defender los derechos LGBTQ+ sin ser acusada por otros
cis-het de ser gay, trans o de estar involucrada en teorías conspirativas.
Aunque el apoyo de las personas cis-het es apreciado y bienvenido, es importante reconocer que la mayoría de los aliados cis-het no comprenden completamente la importancia de su apoyo ni su papel en la lucha de los movimientos LGBTQ+. Los aliados son un componente clave en nuestro movimiento. Las personas LGBTQ+ rara vez tienen la oportunidad de acceder a posiciones de poder, y quienes ya las ocupan a menudo carecen de apoyo de sus pares en las altas esferas. Son los aliados en estas
esferas quienes pueden convertir esta lucha en algo colectivo, amplificando las propuestas y superando las barreras impuestas por el sistema.
El heterosexual moderado:
Como seres humanos, no siempre sentimos naturalmente empatía por experiencias que no nos afectan directamente. Esto lleva a una mayoría de “heterosexuales moderados” que no son conscientes de su privilegio. Aunque pueden experimentar distintas formas de discriminación, rara vez enfrentarán las dificultades que atraviesan las personas LGBTQ+.
Para muchas personas LGBTQ+, ocultar su identidad es una cuestión de autopreservación. Salir del clóset en un entorno intolerante puede significar ser deshonrado por la familia, perder el hogar, oportunidades laborales y aislamiento social. Incluso puede poner en peligro la seguridad física.
Nunca se sabe cómo reaccionará la gente al descubrir que eres parte de la comunidad LGBTQ+. Muchos padres fingen no tener problemas con las personas homosexuales en su entorno, pero muestran su peor cara cuando su propia sangre resulta no ser heterosexual o cisgénero. Lo mismo ocurre con amigos, compañeros de trabajo y otras relaciones interpersonales. Los heterosexuales moderados no experimentan estas situaciones, y como les cuesta simpatizar con experiencias ajenas, tienden a minimizar estos temas.
Permanecer en el clóset implica ocultar una parte esencial de ti mismo: no poder compartir públicamente tus relaciones románticas, mantener una máscara ante la sociedad y dar excusas cuando no cumples las expectativas que otros proyectan sobre ti. Algunas personas, presionadas por la sociedad y con una moral distorsionada, no dudan en engañar a alguien del sexo opuesto para vivir años en una relación falsa, con tal de no exponerse.
Incluso para aquellos que han salido del clóset y sienten orgullo por su identidad, todavía enfrentan muchos obstáculos.
En mi país, Venezuela, y en muchos otros lugares, las personas del mismo sexo no pueden contraer matrimonio. Existen diversas perspectivas sobre el matrimonio, pero el aspecto más crucial en nuestro caso particular es el legal.
El matrimonio es un contrato que establece una unión civil entre dos personas, compartiendo finanzas, propiedades, seguros médicos y derechos de herencia. Sin embargo, las parejas del mismo sexo no tienen acceso a estos privilegios. En caso de fallecimiento, el cónyuge no tendría automáticamente acceso a la herencia, a menos que se haya especificado previamente en un testamento. Además, en situaciones de emergencia, podrían negarnos visitas hospitalarias o decisiones médicas conjuntas,
ya que legalmente seríamos considerados meros “conocidos”.
Estas desventajas hacen que las personas LGBTQ+ sean tratadas como ciudadanos de segunda categoría, lo cual es anticonstitucional en Venezuela y en la mayoría de países. Además, existe discriminación médica: algunos doctores se niegan a atender a pacientes LGBTQ+, a pesar de que esto sea teóricamente ilegal. También es injusto que las personas no heterosexuales no puedan donar sangre debido a la falsa creencia de que son portadores del VIH. Las estadísticas y pruebas científicas demuestran lo contrario, ya que la mayoría de portadores del virus son personas cis-heterosexuales.
Todas estas consideraciones no son preocupaciones del heterosexual moderado, aunque quizás conozca a alguna persona queer a la cual trate bien o tenga algún familiar perteneciente a la comunidad. Sin embargo, no simpatiza con la violencia y discriminación sistemática.
Durante las luchas por los derechos civiles en la segunda mitad del siglo XX, las personas de color eran tratadas no solo como ciudadanos de segunda, sino también de cuarta categoría. Se les negaba el acceso a los mismos espacios que los blancos, no podían asistir a las mismas escuelas y vivían en vecindarios segregados. Los blancos moderados de esa época a menudo minimizaban estos problemas. Algunos incluso justificaban la discriminación utilizando pseudociencias como la frenología.
Entre los moderados, había una apatía que perpetuaba los sistemas de injusticia. No discriminaban activamente ni atacaban a las personas de color, pero tampoco criticaban el comportamiento de sus semejantes para no perturbar su propia comodidad. Como dijo el mismísimo Dr. King: “La verdadera paz no es meramente la ausencia de tensión, es la presencia de la justicia”.
Los moderados pueden ser persuadidos para creer que los defensores de la igualdad de derechos han “ido demasiado lejos”. Son el blanco de los sectores ultraconservadores que los acusan de ser ‘extremistas’, de querer “imponer su agenda ideológica” o de “ir a por los niños”. Muchos heterosexuales moderados pueden afirmar no ser homofóbicos, pero se oponen a propuestas para lograr la igualdad de derechos, sin importar la orientación sexual, la atracción romántica o la identidad de género. Se les ha convencido de que los discursos de odio son argumentos válidos. No distinguen la propaganda de los hechos reales y, sobre todo, ignoran que la información que propagan desde una posición de falsa neutralidad proviene de maquinarias de opinión extremistas, reciclando antiguos argumentos utilizados para justificar innumerables genocidios en décadas y siglos pasados.
La principal característica que convierte a los moderados en un objetivo estratégico es la misma que comparten con todas las demás facciones moderadas: conforman la mayoría absoluta de la población.
Captar el favor de los moderados es crucial para cualquier movimiento, ideología, partido o tendencia política, ya que significa ganarse el favor de la mayoría de la población. Entre las tácticas utilizadas para lograr este objetivo se encuentran apelar a sus emociones básicas, como el miedo, la incertidumbre, la autopreservación y la idea del bien común. Al convencer a los moderados de que un grupo minoritario que antes no representaba una amenaza ahora pone en riesgo su existencia e invade sus privilegios, se puede convertir a una gran masa de la población en defensores involuntarios de una causa equivocada. A largo plazo, esta causa perjudicará a los propios moderados, ya que la eliminación de derechos a unos pocos sienta un precedente para eliminar los derechos de todos.
No obstante, en una sociedad funcional, empática y educada, un moderado puede reconocer que las minorías no representan la amenaza que un grupo pequeño pero ruidoso les quiere hacer creer. El moderado puede ser la barricada que frene nuevos genocidios o puede allanar el camino para su comisión.
Mi decepción y pesimismo se intensifican cuando se abordan temas de diversidad sentimental, afectiva, sexual y de género. El heterosexual moderado enarbola la bandera de la apatía, ignorando los cambios políticos que han surgido desde que movimientos conservadores extremistas en todo el mundo convirtieron a las personas LGBTQ+ en su nuevo chivo expiatorio para propagar las mismas conspiraciones, miedos y desinformaciones que han venido difundiendo durante siglos. El moderado heterosexual puede creer que el auge del discurso a favor de los movimientos LGBTQ+ se reduce a una maquinaria comercial que busca vender productos con los colores del arcoíris, desconociendo todos los matices de la lucha, su filosofía, sus reivindicaciones y su trayectoria histórica.
En otras regiones, los moderados están despertando y liderando la lucha por garantizar los derechos de todos. Comprenden su papel en la formación de una comunidad internacional tolerante y democrática, donde los derechos humanos se respetan. Sin embargo, en países como el mío, los moderados contribuyen a la regresión social y al estancamiento legislativo. Su apatía impide que la sociedad avance y progrese. En lugar de medir el progreso únicamente por la capacidad de adquisición materialista, deberíamos considerarlo como un proceso integral en el que la sociedad realza sus mejores cualidades y abandona prejuicios, supersticiones y miedos primitivos.
Un indicador del desarrollo y avance de una sociedad es cómo trata a sus sectores más vulnerables. El trato denigrante hacia minorías o personas menos afortunadas revela sus valores generales. El estancamiento o retroceso en derechos humanos y civiles, junto con la discriminación generalizada, señalan una sociedad sin progreso. Esta
situación solo puede llevar a una sociedad fallida y atrasada, condenada a envidiar el progreso de otras naciones sin la voluntad de resolver sus problemas fundamentales y avanzar de manera similar.
Epílogo:
La lucha por los derechos LGBTQ+ no es una batalla aislada. Siempre ha estado entrelazada con las causas civiles de las minorías sociales, abarcando a todos aquellos que han sido sistemáticamente oprimidos. Puedes ser LGBTQ+ y afrodescendiente, feminista, económicamente desfavorecido, tener discapacidades o ser neurodivergente, o pertenecer a una minoría religiosa, entre otras circunstancias.
Luchar selectivamente por los derechos de unos pero no los de otros es una forma de exclusión. Nuestras batallas trascienden nuestro propio ser; son la lucha por la igualdad de todos, basada en nuestra condición humana. La indiferencia hacia esa condición es un arma más poderosa que el odio más hostil, ya que permite que el odio se propague y se arraigue en la sociedad.
Mientras sigamos existiendo, continuaremos luchando por la igualdad. Las victorias humanas pueden ser pequeñas y progresivas, pero es crucial mantener la mirada fija en el futuro y no permitir que otros hagan retroceder lo que hemos logrado.